Promocionar a un empleado a una posición de responsabilidad es un momento de satisfacción. Para el interesado por razones obvias: supone un reconocimiento, una constatación de que la organización confía en él. Para responsable de la decisión es un trabajo cumplido, que además se ha llevado a cabo con talento interno, lo que suele ser buena señal.
¡Pero cuidado! Demasiado a menudo se premia la actitud, la confianza o el carisma por encima de la verdadera competencia para ser responsable de un equipo. Serlo requiere de unas habilidades y conocimientos que no todos esos profesionales con carácter y presencia poseen.