La obsesión por el control y los objetivos puede volverse contraproducente, convirtiendo así al líder en una persona obsesiva, detestada e ineficaz. Y es que el poder, ejercido de este modo, despierta temores entre los empleados por no cumplir los ansiados objetivos, por no recibir las comisiones, o simplemente por fracasar. Las consecuencias: la ausencia de un entorno positivo que afecta al rendimiento y por tanto a los resultados.